Para poder ayudarnos mejor en el entendimiento de la definición del riesgo financiero, configuremos tres ejemplos muy sencillos. El primero de ellos es el de un inversionista que ha puesto su dinero en un negocio que, en el tiempo, debe generarle resultados. Este inversionista, por supuesto, aguarda tener cierto nivel de retorno, y tiene la expectativa de un resultado esperado (RE). Pero a pesar de esto, los resultados posibles son múltiples. Algunos de esos resultados pueden ser excelentes y le traerán felicidad al inversionista, pero otros tal vez sean adversos. ¿Serán estos resultados esperados (que tal vez puedan ser negativos) el riesgo? Vamos con un segundo ejemplo. Sea un empresario que, en su manejo natural de su negocio, tiene costos. Algunos son grandes, otros son pequeños, todos son variables, pero de cierta manera el empresario puede hacer estimaciones de éstos; en otras palabras, tiene costos esperados (CE). ¿Será acaso el tamaño de estos costos esperados el riesgo
El análisis de las crisis financieras internacionales apunta, usualmente, a cuestiones estrictas del mercado, una cosa cientificista que se adosa a teorías monetarias o de los ciclos económicos que logran explicar bien lo que ha sucedido en los últimos años. Yo en mis clases siempre hablo de Minsky (con su teoría de la fragilidad financiera y esa poderosa e inquietante afirmación de que la estabilidad siempre lleva a la inestabilidad) y del Nixon Shock (con el que se da la bienvenida a la capacidad de los bancos centrales de emitir todo el dinero que quieran) para explicar este mundo financiero que existe hoy. Sin embargo, eso no es todo. Es que no estamos analizando un fenómeno natural, sino que el ser humano domina los espacios del aparentemente etéreo “mercado”. Parece ser una obviedad, pero debo ser enfático en ella. Por ejemplo, vamos a la crisis sub-prime y encontramos muchas cosas, digamos, “anómalas”. Vendedores de hipotecas que tenían como único incentivo el vender más